EL ÁRBOL DE LAS PALABRAS-ALMAS

Autor: Martín Alvarenga

Soy un árbol con varias savias que laten milenariamente, un árbol mestizo, fruto de la decisión de Ñanderú. Por su sublime voluntad tengo el rosa del lapacho, el violeta-lila del jacarandá, la fronda de sangre y fuego del chivato y la nobleza y la templanza del cedro.                                                                                                                  

Soy la metáfora del hombre y del universo: mi raíz es el nacimiento de la naturaleza, mi tronco invulnerable y mi sombra protegen la vulnerabilidad del hombre, mis ramas aéreas que se juntan me unen pacíficamente con el canto de las Divinas Palabras, que se alojan en las habitaciones del mundo de arriba, que muchas veces descienden y habitan el mundo de abajo, para preservar el último aliento de la vida, muchas veces depredado por el mejor amigo de Dios, el hombre, que se convierte en el peor enemigo de lo divino al talar, con ambición desmedida, todas las criaturas vegetales que nacen en la Patria Mítica.                                                  

El hombre es una criatura soberbia, confundida entre la violencia y la ternura. Desconoce o no recuerda que soy el Árbol de la Vida; cada una de mis hojas y las sucesivas pieles de mi tronco, el idioma vocinglero de mi raíz y el silencio sonoro y bilingüe de las palabras que brotan de mi pellejo, hablan de mi linaje vegetal y animal, humano y sobrenatural.                                                                                        

Cuando un hombre o un niño me solicitan, con prudencia, toman para sí algo de mis flores y mis frutos, les concedo la gracia derramando sobre ellos las palabras-almas por el camino del silencio. Fluyen mis voces en coro y celebro con todos los mundos que flotan en el espacio transmitiendo la alegría de la vida, más allá de la crueldad y la codicia.                                                                                               

Ahora siento un sorpresivo dolor en el nacimiento de mi vida. El zumbido eléctrico de una sierra dentada me va atravesando el alma; de mi vida queda un instante más efímero que el mismo relámpago. Siento el eco remoto de mi cuerpo que se desploma y, con el último temblor, vislumbro la fuga de las palabras-almas en busca de otro refugio para que la vida continúe.

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