AGONÍA DEL SURUBÍ

Autor: Martín Alvarenga

Costó sacarlo de aguas profundas; tres pescadores, a bordo de una canoa grande, lucharon a brazo partido hasta levantarlo con el riesgo de que la primitiva embarcación se diera vuelta y cayeran al río, a la altura de punta San Sebastián.

Era un surubí manchado, con su trompa chata y cuadrada, cubierto de lunares, que se revolcaba en la parte libre de la superficie estrecha de madera, a cielo descubierto, con el comienzo de una muerte lenta en pleno día.

Al ver salir al pez de las aguas, el pescador disparó un sapucái.

—Este bicho debe pesar unos quince kilos —comentó otro de los pescadores.

—¡Esto es para celebrarlo, chamigo —festejó un tercero.

—De esto casi ya no quedan en el Paraná —comentó el que lo sujetaba, hasta que el pez perdiera de una vez sus fuerzas, luego de una empecinada resistencia.

Los tres hombres estaban agotados y el júbilo no menguaba ante tamaña y codiciada presa.

Y el surubí seguía latiendo, su trompa se estremecía; sus aletas apenas se movían; su cola trémula se iba aletargando.

Nadie escuchaba al surubí en su idioma de silencio, ese idioma que sólo se habla a través de un murmullo imposible de escuchar.

Ni el mundo ni los hombres sabían aún que el manchado se estaba muriendo. Tampoco se enteraban de sus últimas voces que le salían de su bocaza por goteo.

 

No sé qué hice yo para merecerme este dolor. Yo no busqué esto que estoy sintiendo ahora. No sé lo que es morirse, no sé lo que es pensar, no sé por qué me clavaron en la boca semejante anzuelo; no sé por qué en la represa quedan atrapados mis hermanos y la parentela de esta agua dulce ahora casi envenenada. Yo no comprendo cómo es el río y menos comprendo a éstos que caminan con dos pies y se dicen hombres. Pero me han contado otros peces del Paraná que no van a parar hasta que no quede vida entre las aguas.

No sé dónde voy pero sé que me estoy yendo, no lloro sólo por mí; mi tristeza que me aleja de estas aguas es por aquéllos de mi especie que correrán la misma suerte. No saben estos hombres, animales de agua como nosotros, que el despilfarro tiene un aguante. No saben, de tan necios y tercos, que ellos también serán cazados con un anzuelo y tendrán una represa en la que terminarán muriendo con la misma desesperación con que yo comienzo ahora a aprender lo que es la muerte.

Por MARTÍN ALVARENGA

 

 

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