
Hace muchos años Markos Kura se hallaba en el interior del Chaco en un pueblo desarticulado del mundo.
Su origen forestal había legado un hotel reciclado de la antigua planta procesadora, unas pocas casas y el edificio del municipio. El pasado industrial ya entonces se antojaba remoto y los beneficios que había producido no eran suficientes ni para dotar a la localidad de comunicación telefónica permanente.
Ese lugar lo había requerido para ejecutar un lujo comunitario impensable: un mural. Impensablemente se lo habían encargado a un artista poco entusiasta de ese lenguaje plástico.
Entonces, el aislamiento entre vestigios decadentes de épocas industriosas y optimistas le recordó que su infancia había sido signada por el arte muralistico. Sus primeras experiencias fueron acercarse a una pared y transformarla en visiones. Con este estimulo dio su mejor esfuerzo.
Pero aquello fueron escasos siete días, luego se atropellaron años de disimiles exigencias artísticas y laborales. El trabajo en el tablero fue más receptivo a su creación y mantuvo el contacto con los “muros” a niveles necesarios.
A más de un año de entrevistarlo nos recibió con los últimos días de invierno y las primeras lluvias interminables en una noche desapacible y cuando insistimos en objetar su inesperada dedicación a los murales nos sorprendió con esta anécdota.
Como no pareciera explicación suficiente preguntó a su vez si conocíamos el undécimo álbum de la banda británica Pink Floyd: The wall (el muro).
Tengo el disco de 1979 si quisieran oírlo verían que el músico Pink finalmente derriba el muro para reconectarse con el mundo. En mi caso lo asumo como un compromiso de convertir esos muros en ventanas y puertas. En canales de comunicación a los que cualquier persona accede cuando pasa junto a la obra.
Nos mostró bocetos de obras hechas y pendientes, entre ellos de un mural con el aguara guazú como tema, otro de la flor de Mburucuyá, ambos trabajos para el municipio homónimo. En estos, concretados en pintura mural o esgrafiado nos pareció percibir un incremento en el realismo de la figura animal. Las anatomías en general son respetadas con rigor y solo el ojo experto podría descubrir la estilización o la hibridación con otras especies. Conociendo al autor comprendimos que estos hallazgos no eran errores sino parte de su impronta.
Al confirmarnos este criterio reconoció que el trabajo en el mural implica cierto despojo de lo que se desea para ofrecer una lectura universal de la obra. Casi siempre –explicaba- son obras visibles en la vía pública o en lugares con importante circulación. En esta situación el arte debe ser fácil de leer y el desafío es traducir la creación a un idioma comprendido por la mayoría.
Aun dudando sobre la certeza de estas declaraciones nos atrevimos a insistir si esta nueva perspectiva en sus obras le resultaba cómoda y placentera.
-Extraño un poco el tablero y el estudio. Reconoció –Pero hace un tiempo supe que se reintrodujeron los yaguaretés en la provincia. Ello es un acto de salud ambiental, de regreso al respeto aborigen por la naturaleza. Me gustó enterarme
Parecía costarle encontrar mejores palabras pero continuó –Me gustó enterarme y centré el paño que me corresponde en el mural del puente Gral. Belgrano en este animal. Comprendo su reintroducción como un retorno de hábitos ancestrales y en mi se siente como el regreso al oficio de volver tranparente la solidez de un muro.
Acaso intentando llevar sus declaraciones a temas más relacionados con el mayor volumen de su obra nos adelantó la próxima aparición de un libro de autor de técnica que incluye algunos textos.
-Esta edición limitada con el nombre de “Vibraciones” trata sobre técnicas de dibujo sobre la superficie del papel y abarca el espectro entre 2009 y 2016. Especificó -Es una manera compilatoria de cerrar la etapa y quizás intensificar mi atención en un nuevo periodo de experimentación estética.
Aun llovía cuando nos despidió y sus últimas palabras fueron algo así como ¡No se mojen! Fue lo suficiente para desandar el camino y darnos una vuelta por el trabajo de Markos Kura en el puente.

Allí la lluvia lavaba el paño nº 8 y las luces amarillentas otorgaban reflejos cobrizos a las imágenes.
Mide diez por ocho metros (la obra completa en el puente mide 350 metros) y hace referencia a la leyenda guaraní de los gemelos, una especie de cosmogonía del día y de la noche que recuerda a Rómulo y Remo debido a que la madre embarazada es devorada por jaguares primordiales y los niños, por su origen divino e indestructible son criados por una abuela yaguareté. Especie de matriarca de esta estirpe de felinos terribles de la que solo quedaron en el mundo los jaguares que poblaron los ecosistemas sudamericanos.
En este trabajo la figura central del jaguar preside la obra. A la izquierda la imagen de una mujer gestante mantiene presente el argumento legendario, a la derecha transparentándose del interior del animal emergen los gemelos con sus atributos de oscuridad y luz.
MK refiere que realizó al menos seis bocetos antes de encontrarse con la composición final. En ella hay enormes contrastes de colores y un uso intenso del negro.
Para los acostumbrados a sus obras, se reconocen de inmediato los estigmas del autor. Para quienes no lo están podrían encontrar una tensión suprema de fuerzas humanas y no humanas lo cual acaso defina bien a MK
Es cierto que esta obra estará expuesta a diferentes luces e infinidad de miradas, a la imprecisión de la neblina y al resplandor del sol de enero. De todas estas posibles perspectivas no creemos que se adivine una única lectura sino la incertidumbre de una puerta o una ventana. El artista dejó como de costumbre una incómoda sensación de que ningún mensaje es absoluto.
Todo esto lo creímos aquella noche unos minutos después de que el autor nos hubiera referido la terrible leyenda guaraní. Hoy, un poco alejados de la obra lo vemos como un retrato de los regresos:
Quizás regresos como del yaguareté a sus hábitats elementales en Corrientes, quizás el regreso del autor a la cultura de los murales que le enseñó el oficio, quizás como del retorno de MK a la humanidad que necesita espectros accesibles de su obra para apreciarla.
Alguna vez dijimos que Markos Kura podía ser una fuerza o entidad empática con los hombres y su mundo, es posible que sus murales sean una de las mejores evidencias de esta convicción y los que aun no conocen a fondo a su trabajo deberían prestar mayor atención al paño nº 8 del puente Gral. Belgrano.

Las imágenes les dejarán una sensación confusa de irrealidad y profundo arraigo a lo que consideramos mundo físico y comprenderán mejor que la experimentación estética de MK sobre la mística autóctona es una nueva y afortunada experiencia en las ciudades que cuentan con sus obras.
Redacción INTERBIOESTRATEGIA
Septiembre de 2016.