Ley de Bosques, mas que una Buena Noticia

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UNA MENTALIDAD ECOLÓGICA

Ensayo de Martín Alvarenga. Armonía de horizontes: bosque/cultura/comunidad/naturaleza

Quizás durante estos últimos cien años ha acontecido un conflicto permanente entre las categorías naturaleza, cultura y sociedad. La naturaleza le es ofrecida al hombre de un modo preexistente, el hombre para construir y recrear la naturaleza ha necesitado siempre de un conjunto de voluntades enhebradas en lo que él llama sociedad, a través de esta organización que lo reconoce como un colectivo con autoconciencia y conciencia del mundo que se nutre de lo que la naturaleza le brinda para su sustento y su bienestar y el cumplimiento de sus valores, en determinado espacio geográfico e histórico. Pero ese sustento y ese bienestar han sido el equivalente de lo que luego se denominaría riqueza, acumulación, formas de administración del elemental y primitivo canje a la complejidad de la usura desproporcionada, desde los saltos del garrote de piedra a la rueda y de la rueda hasta la invención de la imprenta y de la imprenta a la revolución industrial y de ésta a la revolución mas mediática e informática. La ciencia y la tecnología (expandidas especialmente por Occidente), desprovistas de toda ética, se desarrollan bajos los conceptos que le son ínsitos al poder, con la variable deshumanizada de costo cero ganancia infinita, lo que determina la explotación indiscriminada de los recursos naturales por una nueva Divinidad denominada MARKETING, producción y proceso absolutos de la eficiencia y la rentabilidad, un absurdo en el cual el hombre como experiencia de conjunto se transforma en nadie, en cosa que explota y, a la vez, en cosificación expoliadora.

La puesta en práctica de la acumulación trajo por repercusión natural la depredación en términos de explotación sin mesura de los recursos del planeta, con consecuencias catastróficas a través de la deforestación, los fertilizantes, las pruebas nucleares, el uso de gases tóxicos con daños muchas veces irreparables contra el medio ambiente incluyendo a la especie humana. En la búsqueda de una explotación sostenible de los recursos en lo que interesa a la calidad y al sentido de la vida, existe un tope en la errónea noción de desarrollo; rebalsar ese tope es dirigirnos hacia un camino sin retorno. Forzar la naturaleza sería una violación cultural de lo humano que deviene inhumano. Sartre dice más o menos así: “El hombre no es bueno ni malo; su actitud moral está en relación directa con sus circunstancias”. Por lo tanto, según mi criterio, tenemos que adiestrarnos de un modo continuo para ensanchar y contagiar nuestra pulsión de vida. Con el tema del cuidado del ecosistema hubo una omisión sin pausa de gravedad, peligro y daño. Respecto de la caza y de la pesca no hubo tope. Y así nos fue. Ahora la reciente Ley del Bosque, discutida y encauzada por el Congreso Nacional, pone un límite a las consecuencias de la deforestación que incide en la pérdida del potencial de la tierra, en los cambios climáticos con los daños que traen consigo las tormentas, los ciclones y las inundaciones, representando una doble y triple pérdida económica para las mayorías, pero las minorías en cambio han acelerado su plusvalía (exceso de ganancia) en tiempo record, dejando una secuela casi apocalíptica que se vuelve incluso contra ellos mismos. Esta es la irracionalidad de la economía de mercado. “Con el dinero lo tenemos todo, salvo la equidad. Pero la equidad es un eufemismo, ¿verdad?”, “Sin el dinero (en el sentido de riqueza ilimitada) no somos nada”. “Sin dinero no podemos comprar la dignidad, ya que todo se puede comprar. Tal como lo veníamos haciendo, lo seguiremos haciendo”. Son los pensamientos de las mafiocracias encarnadas en las sociedades anónimas transnacionales que se lo llevan todo con la complicidad de nuestra burguesía nacional. El bosque no es una naturaleza neutra o una muda predicación. El bosque es una entidad biológica, y cada árbol es una sagrada unidad de esa multiplicidad donde lo viviente discurre con la dinámica del agua y de la luz, con la ductilidad del aire y del viento y con la elocuencia sapiencial de la Creación. El bosque representa un tesoro de posibilidades inéditas como los mares, ríos, montañas y llanuras, en una trama y una urdimbre en cuya anchura de mundo/universo las sociedades hallan contención básica. 

Ley del Árbol: gesto y anticipación de justicia y equidad

Esta ley que está llegando a su concreción, no sólo expresa una contextualización que prevé conductas, desviaciones y conflictos en la esfera de esta realidad histórica; tiene particularmente un desafío: la regulación y la supervisión del uso prudente de la industria forestal y de la supervivencia de las especies vegetales en su relación íntima con su protección y producción, con su preservación y explotación. Es una buena noticia en cuanto a que la noticia legislada se correlacione con la realidad que se vive en el día a día. Lo que estoy diciendo es que toda ley debería estar hecha para que las autoridades y los ciudadanos la hagan cumplir de un modo habitual desechando la impunidad y los ilícitos que no repitan el consabido hábito de “Hecha la ley, hecha la trampa”. Además de sancionar y promulgar una ley, la misma tiene que pasar por un ejercicio constante de parte de todos los estamentos de la sociedad civil. Una ley reclama “un salto ético” que se desprende de la sensibilidad meditativa de Kierkegaard en su obra Diario de un seductor, un cuerpo legal nos está manifestando un deber ser que se traduce en el brillo filosófico de Lévi-Straus, cuando expresara en una reunión cumbre que el hombre no sólo debe sentirse hominizado, sino también debería sentirse como un equivalente de toda criatura viviente, incluyendo animales, vegetales y minerales (estoy recreando la frase del gran antropólogo). Lévi-Strauss puso el dedo en la llaga de la soberbia de las culturas de Occidente cuando dijo explícitamente “El mundo comenzó sin el hombre y terminará sin él”. Como argentino me siento congratulado y orgulloso por esta Ley de Bosques, porque es innegable que se traduce en un punto de partida más que rescatable de credibilidad, de reconocimiento de problemas que no tienen que multiplicarse al infinito y que solicitan una urgencia que entraña el cuidado por la soberanía armonizando la producción y el medio ambiente en un delicado equilibrio. De aquí en más no deberíamos vivir con la sorpresa negativa de daños irreparables o de retornos a larguísimo plazo, como el caso de El Impenetrable en el Chaco, el terraplén “invencible” de Forestal Andina los Esteros del Iberá, las yungas (valles) azotadas del Noroeste Argentino, entre otras calamidades provocadas al medio ambiente. Los conceptos como rentabilidad a cualquier precio y competencia apócrifa (monopolio) camufladas por “el bien común” y “el asistencialismo”, tendrían que ser objeto de un dilema a clarificar en lo perceptible, intuitivo e inteligible. No nos podemos seguir mintiendo porque la mentira, a pesar del tiempo acumulado, de última tiene patas cortas y no hará más que acentuar significativamente nuestro desencuentro con la naturaleza y con nosotros mismos. Nos tendríamos que conceder el derecho a nuestra recuperación aprovechando la gran oportunidad de estimular el asomo de la solidaridad y la reciprocidad, como para ir estrechando filas con el propósito de devolvernos a nosotros mismos la anhelada dignidad y el bien común. La Ley de Bosques es una buena señal como una buena noticia; nos queda ponerla en práctica para no borrar con el codo lo que hemos escrito con la mano.

 

 

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